Suculenta

miércoles, 22 de julio de 2009

Paul Gauguin. Plato 31
(1848-1903)
.

AMOR DE FRUTAS

Déjame que esparza

manzanas en tu sexo

néctares de mango

carne de fresas;

Tu cuerpo son todas las frutas.

Te abrazo y corren las mandarinas;

te beso y todas las uvas sueltan

el vino oculto de su corazón

sobre mi boca.

Mi lengua siente en tus brazos

el zumo dulce de las naranjas

y en tus piernas el promegranate

esconde sus semillas incitantes.

Déjame que coseche los frutos de agua

que sudan en tus poros:

Mi hombre de limones y duraznos,

dame a beber fuentes de melocotones y bananos

racimos de cerezas.

Tu cuerpo es el paraíso perdido

del que nunca jamás ningún Dios

podrá expulsarme.

Gioconda Belli,

poeta nicaragüense contemporánea.

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Suculenta en la cocina aunque no solo en ella

Una experiencia a contrapelo del apuro cotidiano. Un espacio para recrear y compartir antiguas recetas, secretos de "laboratorio" y poesía.
Desde que tengo memoria la cocina era el espacio más inquietante para todos mis sentidos. La cocina de mi abuela pequeña pero soleada en las tardes de primavera podía oler alternativamente a carnes asadas y verduras, de las más exóticas según mis compañeras. Ya en ese entonces era raro que una abuela te cocinara un alcahucil...(manjar si los hay. Ni que hablar de comerlo pétalo por pétalo chupando y arrancando la carne tierna de la hojas...Ah! indescriptible)
A tortas de manzana y oporto (una adelanteda la nona en eso de volcar bebidas dulces y "espirituosas" a simples bizcochuelos) A peras al borgoña bañadas en chocolate amargo.
Luego vendrían mis "propias" elaboraciones (todas fracasadas al primer intento) bajo la absoluta libertad de sus ojos atentos que me permitían probar una harina sin leudante para que yo misma comprobara como la torta salía flaca y apretujada y como de ese revuelto de lágrimas e impotencias se terminaban creando unas magníficas tostadas dulces.
Inauguro este espacio para recordar y recordarme todo ese sabor/saber acumulado al arrullo de las tardes siesteras dónde se cocían a fuego lento los cuentos con las tortas, los sabores con los aromas y las especias más delicadas (la vainilla siempre en chaucha) con las ansiedades y la gula.
Veinte años después, cuando los avatares del devenir habían congelado en mí estos recuerdos (las prácticas y los sabores) una noche negra, si las hubo, un hombre llegó a mi casa cargado de utensillos y extraños aromas. Preparó para mí las codornices en pétalos de rosa que devinieran en famosas desde "Como agua para chocolate" y la lujuriosa cocina de Tita. Ustedes recordarán lo que ocurriera con la hermana mayor de Tita luego de saborear esos bocados. Yo no me fui cabalgando desnuda sobre el alazán del comandante de la revolución, solamente porque no había ninguna revolución en puerta (aunque se agitaban ahora que lo recuerdo los veintitantos días del Diciembre de 2001 en Buenos Aires) pero de un plumazo o de un puñado de orgasmos, volvieron a mis ojos las imágenes, los sabores, los colores, a mis manos las texturas y a mi cuerpo todo el placer de la vida compartida. Una celebración intensamente desenfrenada de los placeres profundos, siempre al ritmo de un buen disco, al sabor de un buen vino y en la penumbra del arrullo y las caricias.